Prometeo y el despertar de los mortales

Salvé a los mortales del Diluvio cuando encargué a Endimión y Pirra la construcción de una barca, y luego les expliqué cómo restablecer lo devastado cuando la nave descendió suavemente en los montes Tesalios. Amigo del conocimiento y la paz, en trance estoy de lograr mi objetivo; para esto he beneficiado a los mortales con la sabiduría. A menudo ocurre que esta misma ciencia es envilecida por los sueños de dominio que los dioses infunden a los hombres para perderlos, volviéndolos a las épocas oscuras de las que yo los rescatara. ¡Pero haya fe en el avance! Y cuando los bandos se enfrenten, repetid conmigo estas amargas palabras que no por vulgares son menos ciertas: «¡Haced la guerra, mortales imbéciles; destrozad los campos y las ciudades; violad los templos, los sepulcros, y torturad a los vencidos. Haciéndolo así, prepararéis vuestra propia destrucción!». Y que os sirva en algo esta advertencia.

A menudo ocurre que esta misma ciencia
es envilecida por los sueños de dominio
que los dioses infunden a los hombres
para perderlos, volviéndolos
a las épocas oscuras

Así como Zeus, yo, Prometeo soy hijo de titanes. Aquel nunca miró con buenos ojos que en la lucha divina me mantuviera al margen. Y así fue. No por malignos los titanes, mejor era Zeus en sus designios y altivez. Cuando los olímpicos, por fin, se apoderaron del gobierno del mundo, quisieron mantener su tiránico poder y, en su crueldad, mutilaron el cuerpo y la mente de los frágiles humanos viendo en ellos a enemigos futuros. Les cubrieron de superstición y de ignominia y hasta hoy se respeta la mentira de esa tribu de inmortales opresores. ¿Quién, sino yo, dio el conocimiento a los mortales que luego de siglos veían sin mirar y oían sin escuchar? Similares a los fantasmas de los sueños no había cosa que no confundieran. Vivían en la profundidad de cavernas temiendo a la luz. No sabían del ladrillo ni de la madera para hacer sus refugios; tampoco comprendieron la sucesión de las estaciones ni la salida y puesta de los astros. Todo lo hacían sin tino hasta que les enseñé a uncir el yugo de las bestias, a cultivar y cosechar, a componer los números y las letras y a construir los carros que surcan las aguas. A los hombres todo les pasaba sin posibilidad de elegir por faltar en ellos el conocimiento. Ni medicinas, ni metales pudieron conocer hasta que por mí, óyelo todo junto, obtuvieron todas las artes.  Y, por cierto, dejaré que algunos por obsecuencia a los olímpicos, cuenten aún hoy su falsa historia que dice así:

«… Cuando los dioses y los mortales  todavía disputaban, Prometeo trató de engañar al gran Zeus cambiando los ricos alimentos por huesos y grasa. Ante esto, el Olímpico dijo: «¡Japetónida1,  qué desigualmente has repartido las raciones!». Desde entonces las tribus de mortales recuerdan el hecho quemando para los dioses en sus altares, huesos de animales cubiertos por la humeante grasa. Pero para evitar nuevos engaños que beneficiaran a sus amigos, perjudicando a los olímpicos, Zeus dispuso que los fresnos no tuvieran fuerza suficiente para producir el fuego. Reincidiendo, el astuto Prometeo se burló de los sagrados designios robando en una caña hueca el incansable fuego que puso en manos de los hombres. Se irritó el altitonante Zeus al ver el fuego en la distancia y comprender su origen. Por ello, y para que se supiera que no era posible transgredir la divina voluntad, retuvo al avieso Prometeo con una cadena que pasando a través de una columna quedó fijada a una roca. Así, a pesar de ser muy sabio, el japetónida sufrió un castigo merecido porque atado a la columna todos los días recibía la visita de un águila que devoraba su hígado regenerado cada noche».

Luego de penurias y fatigas, estimulando
siempre la esperanza, atraigo a los humanos
para que también conquisten
la libertad y su inmortal destino

Sea como fuere aquella falsa historia, el hecho es que un mortal, Heracles, dio cuenta con su flecha del águila devoradora. Entonces Zeus, reconocido el hecho, se resignó a que yo cargara parte de la cadena y de la roca que arranqué con la ayuda del héroe. Torpemente, Zeus, no quiso escuchar las condiciones que tenía yo en mente para beneficio de ambas partes. Solamente, cuando le advertí acerca de su futuro vio el peligro y a regañadientes compensó con mi libertad el consejo que de mí necesitaba. Y aún, obstinado, pensó que aunque libre se agotaba mi tiempo ya que la inmortalidad no me había sido concedida. Pero Quirón, el buen amigo y educador de los mortales, cambió conmigo su sino y eligiendo él bajar al Hades dejó la eternidad en mis manos. Ahora, luego de penurias y fatigas, estimulando siempre la esperanza, atraigo a los humanos para que también conquisten la libertad y su inmortal destino.

Mitos raíces universales (Silo)

(1) Hijo de Japeto.

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