Una habitación propia… y algo más

A finales del año 1928 la escritora británica Virginia Woolf pronunció dos conferencias para dos universidades femeninas que quedarían luego plasmadas en su famoso ensayo Una habitación propia, publicado un año más tarde. Con el encargo de hablar sobre la mujer y la ficción, la célebre autora desarrollaba una fluida argumentación cristalizada en la emblemática frase «una mujer debe tener dinero y una habitación propia para poder escribir novelas», que resuena hasta nuestros días. Mediante estos dos objetos, Woolf representaba la necesidad de un espacio propio, de tiempo libre y de independencia económica para poder crear, condiciones materiales de las que la mayoría de las mujeres carecían.

A pesar de la brevedad del ensayo, Virginia recorre en él numerosas ideas sobre las limitaciones tanto económicas como sociales y culturales que las mujeres enfrentaban a la hora de escribir. Especialmente emotivo es el pasaje en el que Woolf inventa la biografía de una ficticia hermana de Shakespeare, quien, contando con las mismas habilidades que el brillante bardo inglés, no habría podido escribir ni una sola palabra; para empezar porque a ella no la habrían mandado a la escuela. Pese al funesto final que la autora inventaba para Judith Shakespeare, Virginia apelaba a su audiencia femenina en aquellas conferencias -y a los lectores del ensayo a través del tiempo- para decirles que esa gran poeta todavía «vive en vosotras y en mí, y en muchas otras mujeres que no están aquí porque están lavando los platos y poniendo a los niños en la cama. Pero vive; porque los grandes poetas no mueren […]; sólo necesitan la oportunidad de andar entre nosotros hechos carne». Y esa oportunidad estaba mucho más cerca para aquellas universitarias, tras la conquista de ciertos derechos durante las últimas décadas en Gran Bretaña, como la posibilidad de ser dueñas de sus propios bienes (1880) o el sufragio femenino (1919).

Con la muerte de Virginia Woolf en 1941 y, a pesar de haber sido una de las principales renovadoras de la novela a principios del siglo XX, su figura cayó bastante en el olvido tras la Segunda Guerra Mundial hasta que fue redescubierta en la década de 1970 desde el movimiento feminista, que encontró en Una habitación propia un manifiesto de plena actualidad. La clarividencia de muchas de las ideas que expone da lugar a que aún hoy continúe con vigencia, casi cien años después de su publicación.

Traemos aquí pues un nuevo número repleto de historias de mujeres creadoras, escritoras, artistas y diseñadoras, teniendo presente además que no solo hacen falta «habitaciones propias» para poder llegar a crear, sino también grandes «salones compartidos» donde poder exhibir y darse a conocer al mundo, con la esperanza de que estas páginas cumplan su pequeño papel en esa labor.

Ilustración | Adriana Recio

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